Oporto, una joya en el norte de Portugal



Conocí Oporto hace 10 años, en un viaje de esos donde solía escaparme a lugares insospechados para escuchar música electrónica. Así surgió aquella excursión. Un hotel en Matosinhos, mi primera Francesinha, un lugar exótico en pleno agosto, una noche en Pachá y la resaca descubriendo una ciudad de la cual apenas había tenido noticias anteriormente de su belleza.

Aquella visita fue fugaz, no así años más tarde cuando regresé aprovechando los vuelos de low cost que por aquel entonces sí encarnaban ese espíritu de bajo coste. Un finde donde conocí la ciudad más a fondo, sus calles del centro, sus bodegas, su correspondiente paseo en barco y sus dulces. Fue en ese momento cuando todo aquello me enamoró, pero no había tenido ocasión de volver hasta hace unos días.

Cuando se viaja por triplicado a una ciudad, la sensación es extraña. Por un lado sientes que conoces todo, pero por otro descubres que las cosas han cambiado. El haber visitado la ciudad con varios años de por medio, me ha permitido ir conociendo la evolución que ha experimentado. Cómo se ha abierto mucho más al turismo, cómo han cambiado algunos locales y otros han desaparecido. También sus nuevas construcciones, el teleférico o el centro comercial junto a la Torre de los Clérigos, los cuales no existían en mi última visita en 2009.

Primer día en Oporto (llegada a las 15:00h)

Oporto me ha seguido sorprendiendo. Además porque ha resultado ser un viaje con momentos mágicos. Un viaje que comenzó y se cerró en el mismo lugar, en un local situado en Vila Nova de Gaia, a muy pocos metros del famoso puente de Luis I. Como buenos españoles, llegamos a la ciudad a una hora donde ya las cocinas de los restaurantes estaban cerradas para comer.

Fue entonces cuando encontramos FA#, un restaurante que también se convierte en un espacio cultural donde nos sentimos como en casa desde el primer momento, allí nos enamoró un plato de pollo cocinado con especies al modo mozambiqueño que, como dicen en Andalucía, nos quitó todo el sentido. Comimos también bacalao y algunas especialidades locales como las moelas, cuya salsita nos hizo terminar con casi todo el pan. Conocimos a Miguel, cantante de Fado que regenta el local junto a su familia y a su madre, quien cocina como los ángeles, a la cual pudimos felicitar al terminar la sobremesa. Con ese sabor de boca nos despedimos, no sin antes ser invitados a un concierto de Fado el domingo por la tarde.





Como en una nube por la gran comida y la hospitalidad, el atardecer se iba apoderando del cielo, momento en el cual yendo hacia el puente, quisimos subir primero al mirador que hay situado junto al monasterio de Serra do Pilar. Y allí de nuevo surgió un momento mágico. Las vistas desde ese lugar son maravillosas. Desde allí se divisa la forma caprichosa del meandro que va formando el río Duero a lo largo de la ciudad. Desde allí se respira tranquilidad. Se tiene también una primera impresión del puente de Luis I. Se ven los principales monumentos de Oporto, las orillas, los barcos, las luces que van apareciendo mientras el sol se pierde en el horizonte.

#FA Espaço Cultural


Tras ese recuerdo que ya queda grabado para siempre en nuestra memoria, cruzamos el puente por su piso superior hasta llegar al otro extremo, donde callejeando nos dirigimos a la catedral. Fue la catedral lo que sin lugar a dudas me fascinó la primera vez que conocí Oporto, también porque fue lo primero que vi ya que aparqué a pocos metros de ella antes de bajar a la Ribera. La idea era dejar el centro de la ciudad para el día siguiente, así que fuimos bajando por las callecitas que dan al río para tomarnos un café y disfrutar de las vistas del puente desde abajo. Allí pude comprobar cómo la zona se había convertido en un entorno mucho más acondicionado al turismo, con locales nuevos que hace años no estaban.

Tras una vuelta, cruzamos a la otra orilla, esta vez por la plataforma de abajo del puente, que está destinada a coches y a peatones (la de arriba lo está para tranvía y peatones). Allí comprobé también cómo la zona donde se encuentran las bodegas, en su orilla al río, se ha alimentado de restaurantes que antaño no estaban, de cómo se han ido llenando los locales de una zona que en 2009 empezaba a abrir sus puertas y de cómo se ha instalado un teleférico.

El cansancio iba apoderándose de nosotros tras el madrugón y el viaje en coche desde Madrid, así que regresamos callejeando y subiendo cuestas hacia la zona del hotel, situado en la Avenida de la República de la zona de Vila Nova de Gaia, muy cerca de El Corte Inglés, no sin antes pasar por una cafetería y tomar un pastelito de Belén, que si bien es típico de Lisboa, en Oporto también es fácil de encontrar en cualquier establecimiento de cafés.

Segundo día en Oporto

Con el hotel, el viaje nos incluía los autobuses de CitySightseeing que recorren la ciudad, así que tras el desayuno, nuestra misión fue la de bajar caminando al río para allí tomar el autobus y que nos llevase a la zona del Mercado del Bolhao. Fue un mercado que conocí en mi segunda visita a Oporto, el mismo que encontré por casualidad tras salir en la parada de metro que nos condujo desde el aeropuerto. Un lugar que me había encantado por la autenticidad de sus establecimientos, de ese viaje al pasado donde aún se sigue vendiendo verdura y fruta directamente de la huerta. Un espacio que actualmente parece que está en fase de restauración, pero que sigue albergando todo ese encanto de un mercado por el cual no pasan los años.



Tras la visita, fuimos caminando por una de las calles más comerciales de Oporto, la misma donde está situado el Café Majestic, todo un ejemplo de art noveau cuya fachada actualmente está en obras. En ese momento nos dispusimos a bajar de nuevo a la Ribera del río ya que también queríamos disfrutar de un paseo en barco. Los días son cortos en esta época del año y había que aprovechar aunque nos quedasen por ver monumentos ya con la caída del sol. Dejamos a un lado el Teatro Nacional de San Joao y la Iglesia de San Ildefonso, con su particular fachada de mosaicos, como casi todas las que podemos encontrarnos en Oporto. En el último tramo y muy cerca de la catedral, cogimos el funicular (2 euros, 2,5 euros a partir de enero) de bajada (lo lógico es utilizarlo para subir, pero somos así de chulos).

Reservamos el barco para las 15:30, por tanto decidimos pasear por la Ribera y sus puestos callejeros y comer tranquilamente. Fue en ese momento en el cual nos sentamos en una terracita al sol y probamos las famosas Francesinha, además del chorizo que preparan quemándolo al momento sobre un plato de barro. El día estaba soleado pero empezó a nublarse con el consiguiente miedo que teníamos de que no fuésemos a ver nada en el viaje en barco, pero de nuevo la magia llegó a nosotros para regalarnos un claro en el cielo que nos permitió disfrutar de un atardecer precioso a través del río. El paseo en barco incluye una viaje de ida y vuelta a través de los puentes que emergen grandiosos de cada orilla, pasar debajo de ellos es una experiencia para no perderse, más aún cuando el sol va poniéndose y cubre las aguas con sus tonos dorados. Simplemente maravilloso.

Francesinha

Tras el paseo, la idea era coger de nuevo el autobús turístico e ir hacia la zona de la torre de los Clérigos, pero nos entretuvimos un poco ya que vimos que iba a hacerse una pedida de mano en el puente de Luis I, se supone que la pareja iba en un barco y, a su paso por el puente, los amigos allí situados tenían que desplegar una pancarta y unos globos con forma de corazón, pero el barco tardó en llegar y nos fuimos antes de tan romántico momento. Como habíamos planeado, tomamos el autobús y nos bajamos en la Rua de San Filipe de Nery para cruzar por una zona nueva que han acondicionado como centro comercial al aire libre, la cual nos condujo hacia la mítica librería Lello. Una librería que dicen ha inspirado escenarios de Harry Potter y que con su suelo de madera, su escalera de doble tiro y su fachada de arte modernista se convierte en visita más que obligada, obligadísima de quien visita Oporto.

Tras la librería, nos dirigimos hacia la plaza donde se encuentra el Museo de Historia Natural y vimos la iglesia de Carmo, así que nos dirigimos hacia ella sin saber lo que nos esperaba en su interior. Momentazo mágico de nuevo, se estaba llevando a cabo un concierto de música sacra con apenas tres instrumentos y cuatro voces que nos deleitaron con el Canon en D Mayor de Pachembel y el Adeste Fideles entre otras composiciones. Sin palabras, porque es que además, lo interpretaban de lujo.



Con ese subidón, fuimos hacia la zona del ayuntamiento, momento en el cual quedé enamorada de Oporto una vez más. En una de las calles había un mercadillo de objetos de segunda mano, pero como hipnotizada por el flautista de Hamelin, mis pies se fueron solos hacia una dj que estaba pinchando en plena calle temas del rock clásico y funky vintage en la puerta de un local que me cautivó: Plano B.

De ahí pensamos de nuevo en bajar al río callejeando y descubriendo rincones, así que pasamos por la estación de tren, la cual conserva un fantástico mosaico de azulejos en su hall y una estructura de hierro que la hace singular. Llegamos al río, cenamos en uno de sus restaurantes y nos fuimos hacia el hotel cogiendo un tranvía, no sin antes pasar por el Corte Inglés, comprar unos pasteles y una botella de Oporto Ruby, para tranquilamente montar la fiesta en la habitación viendo la gala de los inocentes, planazo, jajaja.

Tercer día en Oporto

Haciendo el check out en el hotel, descubrimos en la tablet del mostrador la foto de una iglesia muy bonita la cual nos explicaron estaba situada en la playa de Miramar, a unos 20 minutos de Oporto, así que ni cortos ni perezosos, cogimos los coches del garaje y sin GPS pero siguiendo las indicaciones del recepcionista del hotel, nos dirigimos hacia allí. Y la foto no engañaba, el lugar es una tranquila zona residencial de verano, en cuya playa se sitúa la Capela do Senhor da Pedra. Estampa preciosa junto a una rocas que reciben las olas de un mar bravío, lugar para pasear, desconectar y sentir la brisa del Atlántico.



Tras esa visita, nos dirigimos de nuevo a Oporto a visitar las bodegas. El destino hizo que nuestros coches de dispersaran, yendo un grupo directamente hasta la ribera cerca de la bodega y nuestro coche hacia el local FA# donde aprovechamos para reservar y que nos tuvieran la comida preparada antes del concierto de Fado al que nos habían invitado. Miguel nos recomendó visitar las bodegas Ferreira y así lo hicimos. Lugar con mucha solera donde nos explicaron los distintos tipos de vino y donde hicieron caja con nosotros ya que nos trajimos varias botellas para nuestras familias.

De nuevo un coche se fue hacia Vila Nova de Gaia donde está FA# y nosotros cogimos, por puro capricho, el teleférico para subir hacia la Avenida de la República. Ya en el restaurante pudimos degustar una comida magnífica gracias a un pollo asado a la manera de Oporto con unas patatas que estaban para ponerlas un piso en Chamberí, unos Bolinhos de Bacalhau, unos filetes y un poste tradicional que es la versión de nuestro arroz con leche pero ellos lo cocinan con fideos. Y todo ello disfrutando de los fados, tanto de Miguel Bandeirinha como de otras voces que nos pusieron también el vello de punta. El fin de un viaje mágico, que nos hizo disfrutar sosegadamente de una ciudad que nos ha robado el corazón una vez más y que nos ha permitido despedir el año inmersos en un precioso sueño.

#FA Espaço Cultural
Las mejores patatas del mundo en #FA Espaço Cultural
Poste tradicional de fideos en #FA Espaço Cultural

Os dejo con las fotografías del viaje, todas ellas a cargo de J. Luxe, al cual le agradezco su magnífico trabajo.


Con Miguel Bandeirinha en #FA Espaço Cultural




















Viendo la telenovela en el Mercado de Bolhao








































En Miramar






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